martes, 24 de febrero de 2009

De la vida de casado.


¿Hay vida estando casado? Sí, sí la hay. Desde hace ya dos meses llevando a cabo un plan maléfico que me inventé, decidí que estaba enamorado y que quería vivir acompañado. Yo juré en ese entonces que mi vida daría el cambio más importante de todos, yo pensaba que era justo lo que yo necesitaba para madurar, para dar el último estirón, para ser más feliz y para ser una mejor persona... grave error. La primera noche juntos (para siempre si diosito existía y era bueno) fue igual a las otras muchas anteriores, solo que un poquis mejor porque ya estábamos acostumbrados a dormir empiernados después de un año de noviazgo, no hubo más emoción que la de que al día siguiente no haríamos la mochila pa´retacharse cada quien a su jaula, y he allí el primer madrazo: ya no podríamos estar separados... ¡zas! y pa chingarla más, no hubo cogida... ¡otro zas!
Al día siguiente, desayunar, arreglar TOOODDDAAASSS las cosas de la mudanza, SU MUDANZA y encontrar un lugar para cada cosa, aunque fuese dentro del bote de basura, el resultado al acomodo se vió finalmente un par de semanas después cuando los trabajadores nos entregaron el tan anhelado estudio donde compartiríamos conocimientos, esperanzas, diversiones y fluidos.
Problemas diarios por el "yo doy más gasto que tú", problemas con "yo hago más limpieza que tú", problemas con "te la pasas dormido cabrón", problemas con "parece que no quieres evolucionar personalmente"... ese fue el proceso que seguimos durante un mes... terrible, verdaderamente se llega a considerar "¿qué carajos estaba pensando cuando acepté que este cabrón se viniera a vivir conmigo?"
Bendiciones nocturnas por el "pásame el lubricante", bendiciones por el "ahora tú arriba", bendiciones por el "cuéntame cómo te fue en el Wandas, Rey", bendiciones por el "no te preocupes por los profes del Colegio, Coy", bendiciones por el "hasta mañana mi vida", más bendiciones por el "te amo".
Los problemas diarios durante el primer mes, o se esfumaron o se nos hicieron comunes y terminaron por ya no parecer tan graves... pero las bendiciones nocturnas... continuaron, continúan y continuarán.
De repente sigo (y estoy seguro que él también, a mí no me engaña) pensando que el vivir juntos no fue la mejor decisión, pero de repente también, él llega, me abraza, me besa y me pregunta con su chillona y melosa voz: "¿quien te quiere chiquito?" y yo, sencillamente, me desmayo de amor entre sus brazos.

De la danza folklórica.


Desde niño, gracias al enorme interés de mi mamá porque realizara actividades artísticas/culturales y deportivas, fui inscrito fallidamente a clases de karate (o algún otro arte marcial, no lo recuerdo), digo fallidamente porque acudí solamente a 3 o 4 entrenamientos, llegando al punto que nomás ya no quise ir, asustado de las madrizas que me ponían los demás compañeritos e iniciando así una serie de traumas y fobias bastante respetable que me ha seguido a lo largo de gran parte de mi vida.
Preocupada mi madre me inscribió a clases de danza folklórica mexicana, aconsejada por una vecina amiga suya y su hija (que era mi amiguita) y ahí voytelas con mis zapatitos de danza, mi paliacatito y todo el rencor compartido entre el mundo del arte tradicional y mi propia progenitora. Mal comienzo, el profe de danza nunca me peló, y cuando finalmente lo hizo, me llamaba "Felipe" cuando TODO el mundo sabía que me llamo "Vicente". Odié la danza, al maestro, a mi mamá y a la vecina metiche, y ya no quería jugar con mi amiguita...
Pasaron algunos meses que sorprendentemente aguanté y sin darme cuenta, ya estaba bailando en presentaciones del grupo infantil, poco a poco fui haciéndome diestro en el control corporal y aprendí a bailar, y así comenzó un mundo totalmente nuevo que me permitió conocer mis primeros amores y mis primeras pasiones, descubrí el amor hacia algo que no existía, algo que no podía tocar, algo que sólo sentía dentro mío y que me hacía vivir y revivir, morir y volver a vivir... descubrí a la danza, estigma maldito que me ha marcado desde entonces y que me ha permitido vivir de bailar, conocer gente y mil lugares distintos, me hizo la mala costumbre de presentarme en el recinto artístico más importante de México (el Palacio de Bellas Artes, ignorantes) y me ha hecho SENTIR y HACER SENTIR. Creo que mi vida artística y bailarina está completa... puedo morir ya. Nada debo. Nada temo. He vivido. He bailado en Bellas Artes...